En «The Wolf of Wall Street», hay que esperar una buena hora y seguir los inicios de Jordan Belfort en el juego del mundo de la Bolsa¬ "juego" siendo la palabra más apropiada aquí— y los pequeños placeres festivos de las manifestaciones más carnales del deseo humano antes de ver una pantalla donde aparece el mensaje “18 meses después…”. En ese momento es que uno comprende que los años hemos visto transcurrir dentro del tóxico mundo capitalista creado por Martin Scorcese no sirven sino para ambientar la verdadera historia. Como una especie de carburador. Ese breve texto, que representa el más largo momento del silencio de esta historia cacofónica que surge de este sistema putrefacto que es la historia de Belfort, es el primer indicio de que el fuego está por avivarse.
Y para ese momento el método de Scorcese fundado en el principio de mostrar, pero de no contar nos ha introducido a cada uno de los cuantiosos vicios de este estafador con ojos de venado. No tiene el menor escrúpulo en robar de quienes no tienen prácticamente nada, de mentir a quienes confíen en el, de engañar a su esposa, de absorber en su sangre todo tipo de substancias creadas por la ciencia moderna, y de compartir todo esto con un gran entusiasmo ante su público admirador. Durante todo este tiempo los espectadores están divididos entre el deleite y la repugnancia. El deleite no proviene tanto de las victorias materiales de Belfort y de sus compañeros — estas nos hacen sentir más bien cierta repugnancia, porque todo los que ellos hacen esta impregnado de olas de perversión — sino mas bien del placer que sentimos al mirarlos como si se tratara de animales en el zoológico. De hecho, el defecto principal de “The Wolf of Wall Street” sea quizá que es demasiado divertido de ver.
Para ello debemos darle las gracias a Leonardo DiCaprio. El actor ha logrado hacer entrega de interpretaciones magnificas a lo largo de su carrera pero esta es una de las primeras en mucho tiempo que nos sorprende enormemente. Al introducirnos a la historia revela los rasgos de un hombre joven ambicioso y firme en sus objetivos que pudiera hacernos recordar a un personaje en cualquiera de las novelas de Horatio Alger, para transformarse luego en el Beetlejuice del mundo financiero, Leonardo DiCaprio saca a valer rasgos escondidos que forman parte de su talento como actor que siempre habíamos soñado presenciar. En los meses que precedieron la interpretación de DiCaprio en la piel del dandy innoble Calvin Candie, en “Django Unchained” de Quentin Tarantino, sus fans esperaban ver un lado extravagante que nunca antes había mostrado. Pero parece bien claro que DiCaprio tenía reservada esta tarjeta para usarla en “Wolf of Wall Street”, donde se burla alegremente de la justicia y de sus juicios.
¿Y cómo no mencionar la escena con los comprimidos de metacualona? Sin revelar demasiado — aunque la experiencia es tan visceral que ni siquiera si le contamos los detalles podríamos arruinar el humor enfático — digamos que Leonardo DiCaprio alcanza un de tal magnitud y tal humor con su comedia física que se preguntará que hubiese ocurrido si el actor hubiese renunciado a hacer el papel estelar de “Titanic” para abocarse a la comedia burlesca. Pero es precisamente el exceso de alegría provocada por esta escena que está a la base de la perdición de “Wolf”.
En una historia que busca mostrar ese lado de los humanos que se deja llevar por la avidez y los excesos pudiera ser que el deslumbramiento espectacular y vivo disipa la aversión que sentimos. Sí, la escena en cuestión implica el abuso de drogas, el manejo en estado de ebriedad, las actividades criminales y una experiencia de muerte inminente. Pero gracias al hecho de que es tan divertida esta escena nunca llegamos a perdernos en lo que podría haber sido el lado más oscuro del cine como tampoco nos vemos obligados de experimentar el patetismo que pudiera despertar.
El mensaje de “Wolf” se ve diluido por su lado cómico (la escena mencionada anteriormente representa un buen ejemplo) y por su tendencia a extraviarse por caminos incongruentes. Pese que Martin Scorsese intenta obligarnos a tragar la idea misma del exceso con las escenas interminables donde Belfort y sus amigos molestan a las aeromozas y deshumanizan a las personas sin importancia, el efecto ad nauseam no siempre es tan fuerte como hubiésemos esperado por lo cual los espectadores pierden el entusiasmo a lo largo de las tres horas que dura la película. Nos ahogamos, lenta y continuamente, en los placeres trágicos de Belfort, y como lo sugiere el aviso “18 meses más tarde”, seguimos a la espera del momento en que nosotros también estaremos rodeados por el gran incendio junto con él.
Hay demasiadas risas en el camino para permitir que las llamas te alcancen completamente. Pero después de todo hay que decir lo siguiente: si uno se queja de una película por ser esta demasiado divertida esto sólo quiere decir que se trata de una película muy buena.