Al centro de “12 Years a Slave” tenemos a Solomon Northrup, cuya historia será promovida – por los que quieren alardear del poder que encierra esta película– como el máximo extremo de la tragedia humana. Northrup es un hombre negro y libre cuya vida se desarrolla en el estado de Nueva York durante la primera mitad del siglo 19 cuando es secuestrado. Al convertirse en un hombre secuestrado es alejado de su mujer y sus hijos y lo transportan al Sur de la línea de demarcación Mason-Dixon donde es vendido como esclavo. Y permanecerá allí durante los siguientes 12 años. Inteligente, compasivo, sofisticado y sin duda portador de una educación y sicología más cercana a la de los cinéfilos que ven la película que de los esclavos que nunca has conocido la libertad, nos vemos guiados para que nos identifiquemos de forma inmediata con el personaje central de Chiwetel Ejiofor para que así se despiertan nuestras más profundas simpatías para crear un lazo afectivo debido a su trágica situación y para que nos parezca que la situación que atraviesa Solomon va más allá de los horrores tradicionales que marcaron este obscuro periodo de la historia de los Estados Unidos de América. Pero el hecho de familiarizarnos con Solomon no lo desprende de los demás hombres y mujeres cuya vida y humanidad les fue robadas en “12 Years a Slave” sino más bien de sumergirnos en la pesadilla universal que viven estos esclavos. Sentimos lo que es ser un alma esclavizada— no son sólo prisioneros de cuerpo – el impacto es por lo tanto mayor porque ninguna otra película a intentado ilustrar este tema.
Abarcando la década de esclavitud de Solomon con una paciencia dominante, la película transforma a este viejo mundo corrosivo en un sitio vivo colorido. Alternando entre la esperanza y el desespero, la sobrevivencia y los principios, Solomon (que es llamado “Pratt” por los dueños de los esclavos y por sus propios compañeros) se esfuerza por aguantar esta situación y reunir sus fuerzas para regresar junto a su familia. Pratt nunca considera que esta misión sea imposible por más lento que pase el tiempo y que el destino le depara estas tragedias que él – que disfrutó de otras posibilidades entre ellas, de ser un violinista bastante exitoso, una figura reconocida en la comunidad y padre de dos hijos – trataba tanto de no imaginar mientras que hombres y mujeres en el Sur vivían la tragedia de la esclavitud.
En una película llena de escenas de tormento físico tan mortificantes que lo dejarán sin aliento y con el estomago revuelto, es importante recalcar que gracias al maravilloso empeño del director Steve McQueen y su elenco los elementos que no podrá olvidar serán los horrores internos. La sufrida joven Patsy (Lupita Nyong’o) cuyo corazón está roto. Las necesidades de Edwin Epps (Michael Fassbender) desesperado por alcanzar cierta semblanza de autoestima mientras rebusca tanto en su propia alma como en las de los demás a su alrededor. Resulta casi imposible encontrar siquiera un solo momento en la película que no capte la tristeza intrínseca de ese periodo. La esencia misma de “12 Years a Slave” es el desespero.
Y junto con este cuadro del desespero se encuentra Solomon — el río de esperanza que fluye por este terreno accidentado. Aunque nos sorprenderá toda la historia que se teje a su alrededor lo que más nos atraerá es que no pierde la esperanza. Razones para perseverar en la lucha, razones para vivir. Gracias a Solomon, a la interpretación pintoresca tan bien lograda por Ejiofor y el éxito de Steve McQueen en plasmar en la pantalla esta historia increíble que nosotros, los cinéfilos tratan de penetrar en el mundo horrible y miserable. Sí, todos estamos bien familiarizados con el infierno que fue la esclavitud en los Estados Unidos. Pero quizás nunca antes se había logrado colocar al espectador dentro del formato cinematográfico con tanta viveza al lado de seres humanos que padecieron la tiranía de la esclavitud.