Incluso sin haber leído “Winter’s Tale”, la novela de Mark Helprin usted tendrá la impresión insacudible que la adaptación de Akiva Goldsman no le hace justicia a la historia. Pese a que la película luce más bien incolora si tiene estampas de la idea intrigante – una historia épica fantasiosa que se desarrolla durante el siglo 20 en Nueva York y que se teje alrededor de un sistema burocrático de angeles y demonios que coexisten con la raza humana funcionando dentro de los parámetros de un mecanismo didáctico que utiliza milagros – una idea que ni siquiera llega a rasguñar su potencial. Durante los 118 minutos de la película a penas descubrimos el mundo que habita el aparentemente inmortal Colin Farrell. Lo vemos divertirse con Russell Crowe, originario de una tierra maldita y malicioso líder de una banda, pedir consejos al mítico Pegaso y alcanzar su destino como salvador de una niña misteriosa pelirroja. Pero será imposible comprender porqué los acontecimientos siguen ese rumbo. Y tampoco es que se trate de una historia particularmente complicada, en cuanto a la intriga todo permanece más bien en un plano bien simplista. He allí el mero problema – y no debería ser así.
La idea central de la película es que cada individuo llega a este mundo con una misión divina que ha de alcanzar. Colin Farrell está encargado de narrar Winter's Tale explicando varias de las reglas y presentándonos los oficiales del régimen sobrenatural. Abandonado cuando era un infante y criado durante el régimen criminal de un habitante de Manhattan pero originario del Infierno (Russell Crowe), Colin Farrell logra hacer la transición de huérfano a ladronzuelo, y luego de orientador renegado a amante frívolo de la moribunda Jessica Brown Findlay y luego al mesías que no envejece… todo aquello sin lograr elucidarnos lo suficiente sobre la naturaleza de la historia (o de las historias) con la excepción de dos escenas muy escuetas – una con Graham Greene (no, no se trata del fallecido autor) y otra con Jennifer Connelly, que hace su aparición a mitad de la película por alguna inexplicable razón que nos escapa.
Colin Farrell está entretejido en un mundo con tantos espacios luminosos: nos vemos transportados en una viaje en búsqueda de milagros, una Nueva York mágica, caballos voladores y una de las estrellas más grandes de Hollywood que ofrece una presentación caméo como el villano más deplorable imaginable. Todo lo que vemos es divertido pero esta visión se disipa tan rápidamente como llega. Pero el espectador no quiere bocadillos para conocer las relaciones comerciales entre ángeles y demonios, quieren una comida completa. Una exploración más profunda del mundo de Mark Helprin resultaría no sólo doblemente interesante que la débil alternativa que nos ofrece esta adaptación de Goldsman sino que también llenaría los vacios en la narración de Colin Farrell.
Pero la verdad es que no comprendemos lo que ocurre con Colin Farrell. Incluso después de las explicaciones no logramos entender porqué “Winter's Tale” está construida de una forma que permite que Colin Farrell sobreviva una caída de casi 100 metros de altura, que sufra amnesia o incluso que permanezca joven durante casi 100 años. Y tampoco parece lógico que la historia de Farrell – que no es más que una pieza en una máquina mística resulte más importante que la historia de las otras piezas que también encajan en dicho mecanismo. Y además, se nos invita a acompañarlo en su búsqueda para que así podamos darle un vistazo al vasto sistema enigmático sobre el cual está construido “Winter’s Tale”, un mundo que comprendemos poco de todas formas.
Pero tenga muy presente que aún así el caballo volador es magnífico.